Las maldiciones, una bendición


El día que fui a la feria del Libro de Buenos Aires salí con varios libros en la mano, pero con la seguridad de saber cuál iba a ser el primero que iba a leer: Las maldiciones de Claudia Piñeiro. 

Confieso que después de haber leído todos las novelas de la autora, pienso que la siguiente no va a poder superar a los otras. Es parte del pesimismo que se me pega aunque intente esquivar. Por suerte, siempre, siempre me equivoco. La escritora argentina no deja de asombrarme por la originalidad de sus historias y su brillante prosa: sencilla, accesible y tan argentina,  tan mía, tan representativa de nuestra idiosincrasia nacional que puedo sentir que soy parte de la trama.
En todas las novelas salta el ser argento a pleno, en cada una de ellas siempre encuentro a algún personaje conocido de esos que pululan por la tele o a algún conocido. Claudia Piñeiro nos tiene muy calados, definitivamente. Esta vez retrató al político medio: medio corrupto, medio ególatra, medio vivo, medio negociante. Y también al electorado medio: medio ignorante, medio supersticioso, medio egoísta, poco solidario de mirar para otro lado.
Las maldiciones es atrapante desde principio al fin. Mezcla la magia, la realidad, la brujería, la política, la corrupción, todo en la justa medida y dosificada por diferentes narradores y puntos de vista. Es, sencillamente, genial.

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